lunes, 16 de mayo de 2011

REPETICIÓN DE LOS MUNDOS

La reina puso esa mañana dos huevos. Uno era azul, brillante, contenía nueve esferas de distintos colores que componían entre si la fórmula de la vida. El otro era rojo, opaco, tenía un feto de príncipe por fruto.
Dicen que cuando el huevo azul explotó se formó un mundo nuevo que el príncipe modeló con sus manos a medida que crecía. De las esferas nacieron universos que eran distribuidos por el inmenso poder de sus pequeñas manos. Incluso la emperatriz, la mañana y los dos huevos eran una parte imperceptible de lo que su reinado organizaba.
Hoy el príncipe hace que todos los días se repita la mañana en que la reina puso los dos huevos. Nace, organiza los cosmos y vuelve a renacer con su piel suave, su vestimenta de seda violeta.
La emperatriz nace niña y muere vieja al instante, consumida entre las luces geométricas de un verano, que el príncipe eligió como su cosmogonía.
La mañana queda fija, calurosa, para que en un cuarto la reina sienta deseos de parir, como las moscas.

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