lunes, 16 de mayo de 2011

ISABEL

a Daniella García
Llegó el día en que Isabel debía morir. Ella lo esperaba ansiosa. También su cuerpo, del cual florecieron rosas salvajes color rojo y blanco. Cuando cesó de respirar, las pestañas de sus ojos se llenaron de pétalos y emprendieron vuelo. Toda ella brotaba de si misma. La ventana se abrió. Los insectos y los pájaros vinieron a posarse en las flores rosadas que crecían de sus hombros. La luz no se olvidó tampoco de su muerte. Cayó desmayada y amarilla sobre su cuerpo derramado en la alcoba; se había convertido en dos rosales que echaban profundas raíces en lo que quedaba de su estómago.
Apenas tenía una débil conciencia de que existía. Se llamaba a si misma Primavera. Pero no podía ver, reír, ni llorar.
El sol le hacía exhalar perfumes mágicos y la savia de sus brotes era oro puro. Se enredaba en los tallos de los árboles y amamantaba con sus flores a las mariposas. Sus raíces conversaban con lo profundo de la tierra y los animales subterráneos. La lluvia se encargaba de regar hojas y ramas.
Hasta que un día de ella brotó una flor diferente a las demás flores. Era blanca, completamente pura. En su corola vivía una niña de rizos amarillos vestida de blanco. Pronto la niña fue una adolescente que arrastraba sus raíces por el jardín.
La muchacha se las cortó con una tijera y partió hacia un destino asombroso. Aunque no lo sabía se llamaba Isabel y el día en que debía morir estaba cerca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario