lunes, 16 de mayo de 2011

EL HOMBRE CACTUS

Para no permitir que nadie me acaricie o saque de la soledad en la que resido, dejé que del cuerpo crecieran largas espinas metálicas. Las tengo por todas partes, en los brazos, en la cara y en mi pecho de varón.
De esta forma me he asegurado que nadie pueda perturbarme con sus asquerosas manos. El amor que yo persigo no existe en este mundo. Quizás exista en una vida futura o celestial, pero ése es otro tema.
El hecho es que soy muy pero muy repugnante, no soporto la presencia humana. Tampoco me importa la amistad. Sólo alguien capaz de arrancarme con una pinza de ternura estas espinas sería la merecedora de mi amor. Pero ese ser quizás no exista en la tierra.
Nadie quisiera amar a alguien tan odioso como yo, que nado en los ojos verdes de Andrómeda.
Ninguna persona podría soportar los insultos que estoy acostumbrado a pronunciar. Cuanto más conozco a los humanos más se despierta mi repugnancia hacia ellos.
Así que ahora con estas espinas disfrutaré de la soledad más dulce.
Ella lamerá mi vida como una exquisita perra.

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