martes, 10 de mayo de 2011

NENA EFERVESCENTE

Vivimos juntos en el corazón de una rosa mecánica. Todas las mañanas aspiramos su perfume artificial. Y al atardecer hacemos el amor salvaje. Y al anochecer, la nena efervescente peina su cabellera entre las luces y el sonido de las máquinas. Y todo el tiempo es un panal de paz celeste, que pasa salpicando la miel de sus horas en nuestro cuerpo. Y a cada instante repito: “Te quiero, dame la luz que emite tu corazón para que la tome con mi boca, nena efervescente”.
No permito que se moje; ella despide burbujas de su cuerpo, como una pastilla efervescente debajo del agua, hasta que su anatomía se disuelve. Le ha pasado poner una mano en un vaso de agua y quedarle sólo los huesos.
En nuestra rosa mecánica te apliqué mi cirugía, nena efervescente, nena del planeta alado.
Tampoco paso mi lengua por sus brazos, pues la saliva en su piel se convierte en una enorme burbuja que nos atrapa a los dos y nos lleva flotando por la ciudad. La rosa mecánica gira, los paisajes cambian automáticamente. Nosotros abrimos la ventana de nuestro cuarto y miramos los brillos de sol derretidos en nuestros rostros.
Nadie se entromete en nuestras vidas, nena efervescente, nena que duerme sumergida en una gota de rocío, despidiendo burbujas de su cuerpo desnudo.
El tiempo quema mi cuerpo y lo llena de arrugas. “Nena efervescente, nena piernas llenas de puentes azules”.

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