lunes, 16 de mayo de 2011

Aquí estoy de nuevo. Les aseguro que la he pasado mal desde la última vez que nos vimos y que no he vuelto a probar LSD. Han pasado meses, inicié un tratamiento psiquiátrico y debo tomar varias pastillas para dormir, pues el haber visto a Randhelz me perturbó demasiado. Estuve al borde de la locura.
Los días pasan como ráfagas. De noche tengo pesadillas: la luna chorreando sangre, estrellas que me persiguen mientras estoy desmayado, desnudo en el medio del cosmos. Nunca pensé que me podía suceder esto a mí. De todas formas no lo he comentado a nadie. Sería una vergüenza. Mi psicoanalista me dijo que escriba todo lo que se me ocurra.
Las pastillas me permiten abrir un poco la mente y comprender algunas cosas que escribió Randhelz Tlizdal.
¡Si fuera posible que ustedes vieran su rostro a través del papel!
Pero no, no entremos en divagues. Esas son cosas que no debe pensar un hombre. Yo estoy enfermo y quizás tenga derecho a divagar, pero eso sería aceptar que estoy loco.
He leído con detenimiento “La Constelación Tánatos”. No aconsejo a nadie seguir adelante. Es peligroso penetrar las páginas que siguen. Mujeres que tienen cuchillos en vez de lenguas, tigres que encierran en sus ojos a mujeres, tatuajes que vuelan reclamando amor. Es muy fuerte. Por lo tanto, almas intrépidas, aparten sus manos de este libro. Escuchen bien lo que les digo: ¡aparten sus manos de este libro! Aunque si lo desean y están dispuestos a contaminarse, sigan. Sigan los caminos por los laberintos impregnados del negro perfume. Mi rostro se sepulta en las palabras y se yergue del sentido de la máscara que me cubre.
La Puerta IV se abre para los que hayan abandonado todas sus esperanzas.

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