jueves, 12 de mayo de 2011

LA DIABLA

Cuando era pequeño, la Diabla escribió sobre mí con toda la tinta de niebla negra que habita en los espejos. Sus labios de lobizona lamían mi mente, mientras sus perros ladraban a los espíritus.
Después se fue. Parecía que el viento se la había llevado a otra parte. Pero la extrañaba, la dibujaba en los pétalos de las rosas o la veía diluirse en mi sueño de lava.
Un día apareció desnuda. La abracé tiernamente mientras su cabeza de perra lamía mi cuello para despertar sueños malignos.
El furor se apoderaba de mi cerebro. Todas las tardes ella me pintaba la lengua con sangre. Era capaz de planear y ejecutar asesinatos y luego llorar en los funerales, para consolar a los seres queridos de los difuntos.
Cuando llegaba a casa estaba ella; la Diabla, con su cara de doberman y su cuerpo de mujer, esperando revolcarse en las coronas de flores que yo le había regalado.
Éramos felices con el amor que nos habíamos jurado, hicimos un pacto con San La Muerte, me llené de oro y riqueza. Pero un día observé la muerte de todos mis hijos, por último la de mi propio ser. Quedé solo, atrapado en la ruina y morí de tristeza.
Mi alma intenta besar su recuerdo en los azotes del infierno, casi como invocándola a que vuelva.

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