martes, 10 de mayo de 2011

LOS ESPEJOS

El espejo deformaba mi cara a su antojo, impregnado del vapor del agua caliente de la ducha. Dentro de la niebla pude tener apreciaciones del infinito. Ellas estaban sobrepasando el umbral del delirio y yo las capté con unas antenas nacidas de mi cabeza, que desarrollé haciendo ejercicios de meditación.
Mirándonos a los espejos podemos nadar en la completa amplitud de la personalidad. Aquellos rasgos y sensualidades ocultas aparecen reflejadas, víctimas de una contemplación semimasturbatoria y narcisista.
Los espejos son aguas en estado sólido. En ellos se puede nadar, ir a vernos hechos niños, cortar rosas en bosques misteriosos, ser engendrados por insectos en los úteros de los relojes. Fantasmas del presente, del pasado y del futuro nos esperan en un laberinto hecho sólo de reflejos.
En las ventanas no existe ese juego con nuestros dobles. Sólo conseguimos saltar al vacío, al aire puro y por consiguiente a los efectos de la gravedad. No sucede así en los espejos, o al menos dentro de su reino. Uno adquiere el don de amplificarse, de multiplicar sus cuerpos y sus almas, de dividir la personalidad en seres completamente diferentes a uno mismo.
Quien habitara ese mundo y lo dominase, podría hacer lo que quisiera. Tendría el poder de mil dioses y sería propietario de una colección de universos, en los que las formas y la física no podrían ser para nuestro razonamiento imaginables.
Romper un espejo de una trompada es reconstruirnos, darnos cuenta de que somos frágiles, cristalinos, destructibles. Podría decirse que un espejo es un acceso a un mundo negativo, no porque sea malo, sino porque todo lo que está dentro de él está puesto al revés. He tenido largos diálogos con los espejos de mi casa. Lo más extraño es que dichos diálogos incluían cierto lenguaje corporal como gestos, burlas, poses, guiños de ojos y todo ese lenguaje que es parte de la intimidad.
Hay gente que dice haber viajado dentro de esos mundos semiacuáticos y otros se han perdido para siempre dentro de un botiquín.
Los espejos descubren la parte oculta del alma. También puede ser un buen amigo, un observador que se transforma con sus palabras en una réplica de nosotros.
Un buen espejo te puede hablar de tus cosas más íntimas sin conocerlas demasiado.
El conocimiento de los espejos supera todo lo conocido en materia de memoria, pues éstos se manejan con luz y por lo tanto corren a su velocidad. Es decir que la memoria de un espejo es una maquinaria.
Para los espejos lo físico es un juego de niños comparable al movimiento de un dedo en un humano.
El mejor espejo es el que te lleva a suicidarte, a verte por primera vez hermoso, sensual a ti mismo como un dios griego. Un narciso nacido para amarse como una ninfa insatisfecha. Es como los números negativos. El yo negativo es la parte que nos falta para completar nuestras dimensiones. Cuanto más sea de roja la sangre que sale de nuestros brazos, más filosas las hojas de afeitar, más negativo es el espejo.
Quien inventó los espejos tenía el don de adquirir la forma física que deseaba. Seguramente era un brujo que se quiso parecer a dios y solo consiguió la mitad de su simetría.
Encendí una vela e iluminé mi rostro siniestro. Ella tomó mi mano. Accedí a un mundo donde yo no era, y luego de un tiempo, me volví un fantasma que miraba e imitaba a quien tenía por delante. He aprendido a nadar sin ahogarme. Y como un reptil, cuando alguien abre alguna ventana, corro en búsqueda del sol.

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