lunes, 16 de mayo de 2011

EL AMARILLANTE

a Hernán Agustín Galiano y a Juan Pablo Peralta.
Mi vida es amarilla, completamente amarilla. Tiene el encanto sublime de una constelación en los suaves crepúsculos de mi nacimiento. El sabor ácido de la Señorita Color Limón, sus sonrisas que exhalan mariposas. No tiene el terror del negro, ni la agresividad del rojo, tampoco la tranquilidad del blanco.
Diría que al nacer yo amarillaba. Yo nací para ser el amarillo con todos sus defectos y virtudes. Y si era amigo de alguien lo cubría de ese color. Lo amaba y perturbaba al mismo tiempo. Le descubría millones de virtudes pero terminaba sacando a relucir sus partes más vulnerables. Eso me dio más fama de amarillo entre los amarillos y fui condenado a brillar en cavernosas soledades, para alumbrar mundos que inventé con el pensamiento.
Pero el amarillo es fuerte. Nace del reflujo del sol en las mareas. Nace del sonido del fuego al incendiar la hojarasca y del pecho de los marinos.
Yo tenía para beber amarillos de las luminarias de la noche. Y mi único deseo era ser fiel a mí mismo. Soñarme en la sensualidad de las piernas de una bailarina ácida, que me llevaba en su camino hacia la alucinación dorada.
Y amarillé la vida nacido del vientre de los soles. Amarillé mis noches con satélites brillantes, lluvias espejadas. Amarillé mi vida como si ella fuera un susurro amarillo. Para amarillar los días, las horas, la respiración, como fiel amarillante.

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