lunes, 16 de mayo de 2011

Ayer me permití tener un momento de estupidez. Fui a dar una cátedra sobre electrotecnia en la Facultad de Ingeniería. Al terminar, vi que dos profesores entraban al baño. Me acerqué y observé que chupaban un papel con sus lenguas. Sentí miedo y a la vez curiosidad, pregunté tímidamente “¿Qué están haciendo?” Respondieron que tomaban ácido lisérgico. Sin darme cuenta cometí un acto involuntario: me acerqué a ellos precipitadamente, les arrebaté el papel con el dibujo de un buda y le pasé la lengua. “¿Quiere, profesor?” preguntaron. Contesté que sí, me tragué el papel y después de unos minutos comencé a escuchar que sus voces rebotaban en mi cuerpo.
Salimos. El sol parecía chorrear su luz en mi traje. Las narices de los que pasaban se veían torcidas, a su vez percibí en mis piernas electricidad (lo que hacía que tuviera que contener mis ganas de saltar).
Después corrí espantado por las calles y tomé un taxi hasta casa. Al entrar al departamento sentí un coro de mujeres que llegaba desde la oscuridad.
Encendí todas las luces, revisé uno por uno los cuartos, pero no había nadie. De repente, contemplé a Randhelz que entró por las aberturas de la cortina de mi cuarto. Pero en un instante desapareció. Sin darme cuenta había tomado en mis manos los escritos de Randhelz el Espía. Comencé a leerlos a partir de la Puerta IV. Pensé que estaba loco porque ahora los comprendía. Los efectos del ácido comenzaron a disminuir y volví a la realidad.

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