martes, 17 de mayo de 2011

LOS ÁRBOLES MUTANTES (PARTE 3)

A menudo brotaban de un álamo enormes huevos de colores. Arranqué uno, al descascararlo descubrí en su interior a un bebé que empezó a llorar. Como yo no había tenido hijos en mi matrimonio, me dediqué a darles mi amor de madre. Pero pronto el árbol había descascarado a los demás huevos, los niños colgaban de las ramas. Uno cayó en mis brazos, sonrió. Decidí criar a todos los chicos que el árbol me había dado, pero fue imposible dado que al año siguiente el mismo dio más huevos y más criaturas. Por precaución los hice examinar a todos en un hospital. Eran normales y no tenían enfermedad alguna.
Cuando comíamos, la piel de los chicos se ponía brillante. Yo también aprendí a hacerlo. Ese hecho produjo abundante leche en mis mamas.
Una mañana de estar luminosa amamantando a los bebés, se presentó en casa un científico. Tuvo la impertinencia de decirme que teníamos que derribar el árbol y los chiquillos, debían ser llevados a un orfanato.
Sentí calor en los senos y me desnudé. De los pezones humeantes salieron disparadas dos balas que mataron al señor. Luego lo ametrallé, mis senos tenían la punta de dos ametralladoras.
Al morir, el hombre comenzó a comprimirse hasta que convirtió su cuerpo en diamante, luego en reloj y por último, en un bebé envuelto en un azul penetrante.

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