martes, 17 de mayo de 2011

MI MADRE Y MI PADRE

Mi padre es un maniquí de acrílico transparente, lleno de agua y peces de colores. Tiene los dedos hechos de pan y miel plateada. Lo guardo en una caja de madera vieja, pero otras veces lo saco a pasear con su paso torpe. En su cara, donde se refleja el cielo con sus nubes de algodón y azúcar, hay algas color dorado que se adhieren a sus ojos. Algunos dicen que murió, otros alegan que mi progenitor se transformó en un maniquí por ser un haragán.
En cambio mi madre es movediza. Su cabellera está llena de tentáculos de pulpo. Pero el viento la devuelve siempre a su estado hermoso. Nunca pudo dormir, ni sabe lo que es soñar. Sus piernas van de aquí para allá separadas de su cuerpo en la mitad de sus caderas, a las que les brotan alas de golondrina.
El día y la noche la dividen en dos. Las estaciones la multiplican en cuatro personas diferentes. Su organismo flota en el aire con rostro de pez. Con sus manos amasa niños que se pierden por los laberintos de la casa. En vez de senos tiene dos frutillas gigantes. Ella transporta a papá por las habitaciones, que a su paso, se hacen transparentes. Discute con él, pero el pobre no puede escucharla.
Mientras tanto los miro con rostro de niño. Perdido en los laberintos de la casa junto a otros chicos. O convirtiéndome en el espejo que los refleja iluminados.

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