martes, 17 de mayo de 2011

LOS ÁRBOLES MUTANTES (PARTE 2)

La ventana estaba abierta, una ráfaga de aire me dio un susto. Me asomé, en la rama de un árbol había crecido una pequeña máquina de medir el tiempo. Era un despertador color amarillo oro, con tres campanillas. Sin dudarlo lo sembré una tarde en la huerta.
Al poco tiempo un frondoso ciprés lleno de relojes despertadores sonaban alternándose entre si. Crecían de diferentes colores y tamaños. Sus diseños variaban de acuerdo a las ramas en las que brotaron esos objetos.
Fenómenos parecidos comenzaron a suceder con las aves que se posaban en sus copas. En el medio de sus alas llevaban cronómetros incrustados. Una noche observé a una lechuza dar vuelta su cara de péndulo temporal que iluminaba. Siempre encontraba animales a los que les había pasado lo mismo. Después de disecarlos los ponía en un modular.
Lo mismo empezó a ocurrir con las margaritas y las rosas. Ellas dejaban crecer en sus pétalos aquel tic-tac. Deduje que un hombre extraño era el responsable de dichas anomalías.
Llegó el día en que me creció un despertador en la palma de la mano. Tomé un cuchillo, lo extirpé frente al espejo. Para mi sorpresa mi rostro no era el mío, era el de un bello reloj suizo.

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