jueves, 12 de mayo de 2011

EL DRAGÓN

Amanezco herido, con las quemaduras de su fuego en la piel. Cada noche el dragón muerde las piernas. Poco a poco me devora. Un amanecer desperté con una mano menos. Otro día sin un brazo. A veces me miraba al espejo junto con él, traía horrorosas visiones de muerte.
Intenté confundirlo. Lo besé tiernamente en los labios, dejé que su fuego penetrara en mi cercenado cuerpo. No dudó en declararme su amor, pero sería por muy poco tiempo; eso significaba comerme.
Una noche, abrazado a su cuello escamoso, me arrancó la cabeza de un mordisco. Las ideas se fueron deshaciendo como un mar que expiraba sus aguas humeantes. Lo mismo sucedió cuando comió el resto del cuerpo.
Ahora de mí sólo quedan injertos en sus escamas rugosas. Ahora estoy dentro del estómago de la bestia para vivir las historias de su ciudad de fuego. Dentro de su vientre de lava que me consume lentamente.
Sólo alcanzo a pegar un beso de mi amada en los rayos del sol cuando el dragón vuela.

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